El viaje duró lo que tenía que durar. Respirar el aire salado del Mar Cantábrico y después el del Océano Atlántico fue el principio de la aventura.
Un día después se plantaría en un pueblecito de Wales. Verde, húmedo, frío, gris, lluvioso. Muy cerca del mar. El salitre impregnó aquel negro Peugeot.
Después vendría el choque cultural. El idioma, los horarios, las comidas, las costumbres, los atardeceres casi después de comer. También, el ‘sorry’ y el ‘excuse me’. Las mañanas en el College.
El College era la torre de Babel. Sentados en torno a un idioma, personas venidas de multitud de países de mundo, comparten frases, palabras, expresiones, acentos,… Y de paso, aprenden a entender cómo se mueve el cosmos. El aula se convierte en un espacio lunar que favorece el encuentro cultural y el aprendizaje.
Aquella noche tocar ‘Silencio’ de Maga le ayudaría, durante algunos minutos, a romper el choque cultural. La música rebasa fronteras, idiomas,… Nos ayuda a encontrarnos, a sentir, a reconocernos,…
Pero si hay algo que quedará grabado en la memoria, sería aquella mañana en la playa. Viendo el mar, tocando la arena e inhalando el olor a salitre. Vivir en primera persona la sensación de alguien que ve por primera vez el mar. La primera vez que se encuentra de golpe con la inmensidad. La primera vez que pisa la arena mojada. Como una vieja Polaroid, sus ojos grabarían aquellos instantes. Por un momento, él sintió que también veía el mar por primera vez.
Esta aventura le estaba ayudando a aprender muchas cosas por primera vez. Y esto, era lo más importante.
La vida sigue en un pueblo de Wales.
(…continuará…).
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