“A Isabel, donde quiera que estés.
Gracias por ser ese faro que iluminó la ruta”.
Hoy, 2 de octubre, Día Mundial de la Educación Social me viene a la memoria, aquel artículo fotocopiado que me pasó Isabel, aquella tarde oscura, fría y lluviosa de noviembre de 1991. El artículo contaba, que en poco tiempo se comenzaría a impartir una nueva diplomatura. Una diplomatura universitaria que iba a formar a futuros profesionales para trabajar en un sector destartalado, desregularizado e invisible y donde entraban en juego: “la educación no formal, educación de adultos, inserción social de personas desadaptadas y minusválidos, (…) en la acción socio-educativa”. Todo ello me generó mucha expectación, ya que debía decidir en un futuro próximo qué rumbo tomar. Hasta entonces, no fui capaz de localizar el faro hacía el que dirigir mis motivaciones profesionales.
Por aquel entonces, me había matriculado en un ‘novedoso’ Módulo de Nivel III de Formación Profesional denominado: ‘Técnico Especialista en Actividades Socioculturales’ (actualmente es lo que conocemos como TASOC). En aquel curso conocí a Isabel, una mujer entregada a su profesión y al trabajo educativo en centros de protección a la infancia, que se había quedado recientemente sin trabajo. Isabel era un manual vivo y dinámico, que rebosaba educación social por los cuatro costados. Entre clase y clase, nos contaba sus vivencias profesionales; el trabajo enmarañado y gratificante con niños y niñas en situación de exclusión social y con sus familias. También comentaba las trabas burocráticas, los pocos recursos existentes, las indefiniciones de los profesionales que atendían a estos chavales y las nulas políticas de atención y protección a la infancia existentes por aquel entonces en Castilla y León - actualmente seguimos casi igual -.
Aquel artículo, ahora no recuerdo muy bien donde se publicó, creo que fue en ‘Cuadernos de Pedagogía’ hacía un repaso detallado del Real Decreto 1420/1991, de 30 de agosto, por el que se establecía el título universitario oficial de Diplomado en Educación Social. Aquel texto no me dejó indiferente. Las conversaciones, las discusiones, los aprendizajes y enseñanzas que nos trasfería Isabel, tampoco.
En aquellos meses, mientras estudiamos aquel Módulo Profesional, algo cambió. Sí tuve algo meridianamente claro, era volcar todos mis esfuerzos en estudiar aquello que contaban en aquel artículo. La verdad, fue algo extraño lo que sucedió, pero ilusionante, resolví las incógnitas de unos cuantos años en unas décimas de segundo.
Acabado el Módulo, llegó el momento de realizar la matrícula en la Universidad. Y aquí, se presentó una dificultad importante, en Palencia no se implantaría la diplomatura de Educación Social hasta septiembre de 1993. No me quedó otra - tuve que salir del paso - y me matriculé en Valladolid en Trabajo Social (carrera que empecé, pero que no finalicé). El paso por Trabajo Social me ayudó a conocer las diferencias existentes con la Educación Social y a reafirmarme en la consecución de mi objetivo.
Mientras tanto me enrolé como monitor en un grupo scout. Después llegaría la formación específica en educación en el tiempo libre (monitor y coordinador), cursos monográficos en técnicas de animación, psicología, técnicas de análisis de la realidad, elaboración y planificación de proyectos, trabajo con infancia en dificultad social, metodología,…
En 1997 trabajaría como Animador Sociocultural junto a Anna, una recién diplomada en Educación Social. Anna supuso una gran oportunidad para conocer con detalle los estudios universitarios, las prácticas, los trabajos, las asignaturas,… Ambos coincidimos trabajando, como profesionales, en una organización de educación en el tiempo libre. Allí formulábamos y realizábamos el seguimiento de proyectos socioeducativos, impartíamos formación a los/as voluntarios/as sociales, elaborábamos materiales educativos,…
Durante estos años y hasta que inicié, por fin, los estudios de educación social en 1999, se fue configurando un lento proceso de cimentación de un educador social. En mi caso concreto, llegaría antes la práctica profesional que la teoría impartida en un aula de la Universidad. Un itinerario inverso al ‘impuesto’ por ese proceso natural de construcción profesional.
Sólo han pasado 24 años desde aquella tarde fría y lluviosa de principios de los 90. Hoy tengo claro que nací para la educación social, porque en un momento dado, sin esperarlo, nos tropezamos y decidimos estar juntos. Ahora, todas las mañanas, trato de inventarla, construirla y ponerla en valor; esto forma parte de mi compromiso como persona, ciudadano y profesional.
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Este post forma parte del ‘Carnaval de Blogs’, una actividad promovida por el
Col•legi d'Educadores i Educadors Socials de Catalunya (CEESC),
con motivo de la celebración del Día Mundial de la Educación Social 2014
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