Empiezo este post sin saber muy bien donde acabaré. Pongo música a ver si me llega la inspiración que necesito para contar algo que llevo rumiando hace semanas. De fondo suena en bucle ‘Lejanas copias de ti’, uno de los últimos temas del grupo mejicano ‘De osos’.
Esta historia podría comenzar así: ‘Son las ocho de la
mañana en un pueblo cualquiera, de una comarca cualquiera. Un pueblo pequeño,
despoblado y envejecido. Ella abre sus ojos, sube la persiana y dice: ‘Mañanita
de niebla, tarde de paseo’. Todavía es de noche. Mientras prepara el desayuno y
como todas las mañanas, en los últimos diez años, le vienen recuerdos de él. Mercedes
pasa la mayor parte del tiempo sola. Sola con sus pensamientos, sus desvelos,
sus recuerdos,… Sola.
Enciende la radio para acompañar el ceremonial de poner a
calentar la cafetera, preparar la mermelada y la mantequilla. Tuesta el pan. El
olor del café recién hecho se mezcla con la voz de la locutora, mientras
informa del número de contagios y la cifra de personas fallecidas en las
últimas veinticuatro horas. ‘Se está haciendo largo esto del coronavirus’ dice
en voz baja, mientras se sirve un café bien cargado. La radio la acompaña. Muchas
veces habla con ella.
Sentada en la cocina la vienen recuerdos de cuando Manuel,
su marido vivía. Recuerdos de una vida plena en el pueblo. Cuando se casaron
decidieron no tener hijos. Una decisión que no fue muy bien vista por sus
familias. Durante cincuenta años se dedicaron el uno al otro. Lo decidieron
así. Él era el electricista del pueblo y ella ama de casa. Así lo pactaron.
A Mercedes le acompaña la soledad desde que Manuel murió. No
se acostumbra a tenerla como compañera. Es fría, oscura, distante, muda,
silenciosa, cruel, sorda,…
Recoge el desayuno con la parsimonia que la permite no tener
ninguna obligación, ninguna prisa. Antes de subir a la alcoba, prepara la olla para
cocer unas verduras de temporada.
Muchas veces habla en voz alta para verse acompañada y dice ‘Te
acuerdas Manuel cuando íbamos a pescar. Yo no tenía ni idea, pero me divertía
pasar las tardes junto al río. Junto a ti’. Pero de repente viene ‘ella’ y lo apaga
todo. Como un jarro de agua fría, se presenta, sin que nadie la invite a estar
e inunda las estancias de toda la casa.
Hace la cama. Se desnuda y se mete en la ducha. De repente vienen
recuerdos de su infancia. Un pueblo lleno de niños y niñas. Y evoca los años de
escuela, de los juegos, de la cosecha, de la casa de sus padres, de sus
hermanos,… El griterío y los colores de un pueblo con vida inundan por unos
segundos el cuarto de baño, mientras el agua caliente recorre su cuerpo y el
vapor empaña los cristales de la ventana.
Hoy no es un día como los demás. Hoy se rompe la amarga
rutina. Hoy, como todos los jueves, Mercedes asiste a un taller de envejecimiento
activo. Diez vecinas del pueblo se reúnen para hablar, para encontrarse, para
sentirse, para escapar del vacío que inunda sus vidas. Todas ellas son viudas
que viven solas. Como ella.
Termina de vestirse. Retira del fuego la olla y escurre las
verduras. Como todavía la queda un rato para ir al centro de convivencia, se
sienta a leer en aquel sillón donde Manuel echaba la siesta.
Ya es la hora de marchar. Se levanta, se pone el abrigo y la
mascarilla y cierra la puerta de casa. La humedad de la niebla empaña su rostro
mientras camina al centro. Lleva una bolsa con dos botes de lejía. Hoy la toca
a ella llevarla para desinfectar la sala donde imparten el taller.
Por el camino se va a encontrando a sus compañeras. Se
saludan, se miran y se intuyen. Es un momento extraño, porque es como si todas
las soledades se juntasen. De repente desaparece la individualidad. Todas
juntas la vencen y sienten como la pisotean y la aplastan.
Se afanan en limpiar bien con lejía el suelo de la sala.
Abren las ventanas de par de par. Pasan minuciosamente desinfectante a las
mesas y a las sillas, y comentan, entre ellas, la cifra de muertos en las residencias
de personas mayores y lo que han preparado hoy para comer.
Mientras terminan de preparar la sala, entra por la puerta Julia,
la persona que durante estos días imparte el taller en su pueblo. Después de
saludarlas y preguntarlas como están, las dice: ‘Hoy vamos a comenzar la sesión
hablando de la soledad, ¿Qué es para vosotras la soledad?’
Miles de personas mayores viven solas en el medio rural. Sin
apoyos, sin servicios de acompañamiento. Resisten solas, como pueden. En los
últimos meses, muchos pueblos han cerrado a cal y canto los locales donde pueden
reunirse. Muchas están en sus casas solas desde marzo. Salen a la calle lo
estrictamente necesario. Tienen miedo. Hay pueblos donde se huele el miedo que
llevan transmitiendo meses los medios de comunicación y las administraciones. También
hay alcaldes que ‘ponen las luces cortas’ en la gestión de esta situación tan difícil
de gestionar.
Se está borrando del mapa el trabajo comunitario. Se están
demoliendo los espacios de encuentro y aprendizaje social. Lugares donde nos
juntamos con otras personas para reconocernos, interpelarnos, construir juntas,…
Solo quiero que estas palabras sirvan para reflexionar. Paremos
un momento y pensemos las consecuencias que va a provocar esta situación en miles de personas que viven solas en el medio rural.