El medio rural europeo, y en particular el español, se enfrenta desde hace
décadas a desafíos estructurales profundos que comprometen su futuro: pérdida
progresiva de población, envejecimiento, desarticulación comunitaria y falta de
oportunidades para las nuevas generaciones. Frente a estos desafíos, el enfoque LEADER se ha consolidado
como una estrategia efectiva para el desarrollo territorial desde una lógica
ascendente y participativa. Sin embargo, pese a su potencial, en muchos
territorios su aplicación se ha centrado en aspectos técnico-administrativos,
debilitando su dimensión social y comunitaria.
Aquí es donde la Educación Social adquiere relevancia como un recurso
estratégico no suficientemente incorporado en los procesos de desarrollo rural.
Su potencial va mucho más allá de la intervención con colectivos en situación
de vulnerabilidad; se trata de una disciplina orientada a generar procesos de
transformación social mediante la participación activa, el acompañamiento
educativo y la construcción de vínculos comunitarios. La figura del educador o
educadora social representa un perfil profesional cualificado para dinamizar el
territorio desde una mirada holística, crítica y profundamente arraigada en lo
local.
El enfoque LEADER requiere de procesos de animación territorial que activen
a la comunidad, generen implicación real y construyan gobernanza desde abajo.
No basta con consultar a la ciudadanía, es necesario crear las condiciones para
que participe con capacidad de incidencia, desde sus saberes, vivencias y
vínculos con el territorio. En este sentido, la Educación Social aporta una
metodología propia que combina la escucha activa, la dinamización grupal, el
enfoque pedagógico y el compromiso ético con la equidad. A diferencia de otras
profesiones, el educador/a social no se limita a intervenir en lo puntual, sino
que teje relaciones de confianza sostenidas, promueve aprendizajes colectivos y
articula redes entre actores diversos.
En territorios rurales donde la desafección institucional es alta, donde la
participación ha sido históricamente limitada o instrumentalizada, donde las
desigualdades sociales se entrecruzan con las brechas territoriales, el trabajo
socioeducativo resulta fundamental para generar procesos de empoderamiento y
cohesión. El profesional de la educación social puede convertirse en una pieza
clave para identificar actores informales, visibilizar necesidades silenciadas,
activar recursos endógenos y acompañar procesos de cambio desde la comunidad.
Su intervención no responde a esquemas prefijados, sino que parte del análisis
de la realidad, del respeto a las dinámicas locales y de la adaptación
metodológica constante.
En el marco del enfoque LEADER, donde la transversalidad y el enfoque
multisectorial son principios fundamentales, la Educación Social puede actuar
como bisagra entre sectores. Su experiencia en la articulación de redes y
proyectos integrales permite conectar lo educativo, lo cultural, y lo social en
una estrategia coherente y adaptada a las particularidades de cada territorio.
Además, su presencia puede favorecer procesos de evaluación cualitativa y de
aprendizaje colectivo, incorporando miradas diversas y fomentando la
corresponsabilidad.
La innovación, otro de los pilares del enfoque LEADER, encuentra en la
Educación Social un aliado natural. Lejos de ser una innovación tecnológica o
exclusivamente económica, se trata de promover formas nuevas de relación, de
gestión comunitaria, de resolución de conflictos, de diseño participativo. En
todos estos campos, la Educación Social ha desarrollado herramientas y enfoques
que pueden fortalecer las capacidades locales y contribuir a un desarrollo
rural más inclusivo, resiliente y sostenible.
A pesar de estas potencialidades, la presencia de profesionales de la
educación social en los Grupos de Acción Local o en las
estructuras técnicas de los programas LEADER sigue siendo marginal. Esta
ausencia no responde a una falta de encaje funcional, sino a una concepción
limitada del desarrollo, que prioriza lo tangible y cuantificable frente a los
procesos sociales, educativos y simbólicos que permiten que ese desarrollo se
sostenga en el tiempo. Incorporar el enfoque socioeducativo no es añadir una
capa más al enfoque LEADER, es recuperar su dimensión más transformadora: la de
generar cambios desde el protagonismo de las personas y comunidades rurales.
Frente a la tentación de responder a las necesidades del medio rural con más tecnocracia o con intervenciones puntuales, es necesario apostar por profesionales capaces de habitar el territorio, de generar confianza, de activar lo que ya existe y de acompañar procesos a medio-largo plazo, complejos y profundamente comunitarios. La Educación Social no es un lujo ni un añadido, sino una pieza estructural para que el desarrollo rural sea verdaderamente comunitario. Su inclusión en la aplicación del enfoque LEADER permitiría no solo mejorar la eficacia de las intervenciones, sino también reconfigurar el modo en que entendemos el territorio, el desarrollo y la participación.