sábado, 14 de noviembre de 2020

Lejía y soledades

 


Empiezo este post sin saber muy bien donde acabaré. Pongo música a ver si me llega la inspiración que necesito para contar algo que llevo rumiando hace semanas. De fondo suena en bucle Lejanas copias de ti’, uno de los últimos temas del grupo mejicano ‘De osos’.

Esta historia podría comenzar así: ‘Son las ocho de la mañana en un pueblo cualquiera, de una comarca cualquiera. Un pueblo pequeño, despoblado y envejecido. Ella abre sus ojos, sube la persiana y dice: ‘Mañanita de niebla, tarde de paseo’. Todavía es de noche. Mientras prepara el desayuno y como todas las mañanas, en los últimos diez años, le vienen recuerdos de él. Mercedes pasa la mayor parte del tiempo sola. Sola con sus pensamientos, sus desvelos, sus recuerdos,… Sola.

Enciende la radio para acompañar el ceremonial de poner a calentar la cafetera, preparar la mermelada y la mantequilla. Tuesta el pan. El olor del café recién hecho se mezcla con la voz de la locutora, mientras informa del número de contagios y la cifra de personas fallecidas en las últimas veinticuatro horas. ‘Se está haciendo largo esto del coronavirus’ dice en voz baja, mientras se sirve un café bien cargado. La radio la acompaña. Muchas veces habla con ella.

Sentada en la cocina la vienen recuerdos de cuando Manuel, su marido vivía. Recuerdos de una vida plena en el pueblo. Cuando se casaron decidieron no tener hijos. Una decisión que no fue muy bien vista por sus familias. Durante cincuenta años se dedicaron el uno al otro. Lo decidieron así. Él era el electricista del pueblo y ella ama de casa. Así lo pactaron.

A Mercedes le acompaña la soledad desde que Manuel murió. No se acostumbra a tenerla como compañera. Es fría, oscura, distante, muda, silenciosa, cruel, sorda,…

Recoge el desayuno con la parsimonia que la permite no tener ninguna obligación, ninguna prisa. Antes de subir a la alcoba, prepara la olla para cocer unas verduras de temporada.

Muchas veces habla en voz alta para verse acompañada y dice ‘Te acuerdas Manuel cuando íbamos a pescar. Yo no tenía ni idea, pero me divertía pasar las tardes junto al río. Junto a ti’. Pero de repente viene ‘ella’ y lo apaga todo. Como un jarro de agua fría, se presenta, sin que nadie la invite a estar e inunda las estancias de toda la casa.

Hace la cama. Se desnuda y se mete en la ducha. De repente vienen recuerdos de su infancia. Un pueblo lleno de niños y niñas. Y evoca los años de escuela, de los juegos, de la cosecha, de la casa de sus padres, de sus hermanos,… El griterío y los colores de un pueblo con vida inundan por unos segundos el cuarto de baño, mientras el agua caliente recorre su cuerpo y el vapor empaña los cristales de la ventana.

Hoy no es un día como los demás. Hoy se rompe la amarga rutina. Hoy, como todos los jueves, Mercedes asiste a un taller de envejecimiento activo. Diez vecinas del pueblo se reúnen para hablar, para encontrarse, para sentirse, para escapar del vacío que inunda sus vidas. Todas ellas son viudas que viven solas. Como ella.

Termina de vestirse. Retira del fuego la olla y escurre las verduras. Como todavía la queda un rato para ir al centro de convivencia, se sienta a leer en aquel sillón donde Manuel echaba la siesta.

Ya es la hora de marchar. Se levanta, se pone el abrigo y la mascarilla y cierra la puerta de casa. La humedad de la niebla empaña su rostro mientras camina al centro. Lleva una bolsa con dos botes de lejía. Hoy la toca a ella llevarla para desinfectar la sala donde imparten el taller.

Por el camino se va a encontrando a sus compañeras. Se saludan, se miran y se intuyen. Es un momento extraño, porque es como si todas las soledades se juntasen. De repente desaparece la individualidad. Todas juntas la vencen y sienten como la pisotean y la aplastan.

Se afanan en limpiar bien con lejía el suelo de la sala. Abren las ventanas de par de par. Pasan minuciosamente desinfectante a las mesas y a las sillas, y comentan, entre ellas, la cifra de muertos en las residencias de personas mayores y lo que han preparado hoy para comer.

Mientras terminan de preparar la sala, entra por la puerta Julia, la persona que durante estos días imparte el taller en su pueblo. Después de saludarlas y preguntarlas como están, las dice: ‘Hoy vamos a comenzar la sesión hablando de la soledad, ¿Qué es para vosotras la soledad?’

Miles de personas mayores viven solas en el medio rural. Sin apoyos, sin servicios de acompañamiento. Resisten solas, como pueden. En los últimos meses, muchos pueblos han cerrado a cal y canto los locales donde pueden reunirse. Muchas están en sus casas solas desde marzo. Salen a la calle lo estrictamente necesario. Tienen miedo. Hay pueblos donde se huele el miedo que llevan transmitiendo meses los medios de comunicación y las administraciones. También hay alcaldes que ‘ponen las luces cortas’ en la gestión de esta situación tan difícil de gestionar. 

Se está borrando del mapa el trabajo comunitario. Se están demoliendo los espacios de encuentro y aprendizaje social. Lugares donde nos juntamos con otras personas para reconocernos, interpelarnos, construir juntas,… Con imaginación podemos crear espacios seguros.

Solo quiero que estas palabras sirvan para reflexionar. Paremos un momento y pensemos las consecuencias que va a provocar esta situación en miles de personas que viven solas en el medio rural.

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