¿Puede acompañar la educación social a la adolescencia y juventud frente a la manipulación ideológica?

 


En la última década, las redes sociales han cambiado radicalmente la forma en que nos comunicamos. Pero también han sido aprovechadas por la ultraderecha para construir un imaginario cultural que distorsiona la realidad y alimenta discursos de odio. Este fenómeno afecta especialmente a adolescentes y jóvenes, quienes, en su búsqueda de identidad, se ven atraídos por narrativas simplistas que prometen soluciones fáciles a problemas complejos. Lo que se difunde no es solo política; es también pedagogía: un intento de moldear percepciones y subjetividades desde edades tempranas.

La ultraderecha española presenta a España como un país amenazado por fuerzas externas e internas: personas migrantes, feministas, colectivos LGTBIQ+. Sus discursos circulan por X, Telegram o TikTok, amplificados por algoritmos que favorecen el sensacionalismo y la polarización. Además, el líder de Hazte Oír ha utilizado IA para generar contenidos automatizados que fomentan el odio, la desinformación y la xenofobia. Este ecosistema convierte la intolerancia en algo “normal”, creando un terreno fértil para la radicalización juvenil.

Según Enrique Javier Díez Gutiérrez, catedrático de Educación en la Universidad de León, estos discursos no son solo políticos, sino pedagógicos. La ultraderecha construye una “pedagogía del miedo”, simplificando problemas complejos y señalando enemigos comunes. El resultado: adolescentes y jóvenes adoptan concepciones rígidas y excluyentes del mundo. La adolescencia es una etapa crítica en la formación de la identidad, y la exposición a estas narrativas puede condicionar de manera profunda su visión de sí mismos y de la sociedad.

Aquí es donde entra la educación social. Los/as educadores/as sociales somos mediadores culturales y agentes de cambio. Detectamos discursos de odio, intervenimos antes de que se arraiguen y creamos espacios seguros de reflexión. No nos limitamos a transmitir información; fomentamos habilidades críticas, emocionales y sociales. Enseñamos a cuestionar, contrastar fuentes, identificar bulos y comprender las intenciones detrás de los mensajes. Nuestra presencia en centros educativos, barrios y espacios de ocio ayuda a desactivar la influencia de contenidos neofascistas y a fortalecer la resiliencia frente a la manipulación ideológica.

La educación social se convierte así en una herramienta estratégica contra el imaginario cultural que la ultraderecha intenta imponer. Su fuerza radica en trabajar en entornos formales, no formales e informales, generando procesos de aprendizaje colectivos que fomenten el pensamiento crítico, el respeto a la diversidad y la construcción de ciudadanía activa. Creamos espacios donde los/as jóvenes analizan los discursos que consumen, identifican emociones y entienden las intenciones ideológicas detrás de ellos. Esto les permite resistir narrativas de odio y construir un sentido de pertenencia inclusivo y plural.

El trabajo comunitario refuerza los lazos entre colectivos diversos, promueve el diálogo intergeneracional y combate el aislamiento que facilita la captación de extremistas. Ofrecemos alternativas de socialización basadas en la cooperación y la solidaridad, no en el miedo o la exclusión. Concebida así, la educación social no solo frena la radicalización, sino que transforma la sociedad, disputando el sentido común que la ultraderecha pretende imponer. Promueve una democracia real, inclusiva y justa, donde la igualdad y los derechos humanos son la base del desarrollo personal y colectivo.

Pero no basta con educar en el ámbito comunitario. Es necesario implementar medidas complementarias: educación crítica en medios dentro del currículo escolar, fortalecimiento de la educación cívica y laica, regulación de plataformas digitales para priorizar información verificada, apoyo a familias y docentes, y espacios de diálogo donde los/as adolescentes y jóvenes puedan reflexionar sobre su entorno social, cultural y político.

Los/as educadores/as sociales seguimos siendo un puente entre la comunidad y los entornos digitales. Organizamos talleres de alfabetización digital, debates sobre noticias falsas y dinámicas de pensamiento crítico. Identificamos tendencias de radicalización y colaboramos con instituciones y asociaciones juveniles para diseñar estrategias preventivas eficaces. Nuestra intervención no solo desmonta los bulos de la ultraderecha, sino que construye un imaginario social basado en democracia, diversidad e inclusión, contrarrestando la narrativa de miedo y exclusión.

El imaginario neofascista en redes sociales es una amenaza real para la convivencia democrática. Denunciarlo es un primer paso, pero insuficiente. Solo mediante una pedagogía activa, consciente y orientada a la democracia será posible frenar la deriva autoritaria y garantizar que adolescentes y jóvenes no queden atrapados por discursos de división y odio. La lucha contra la radicalización no es solo política o tecnológica; es cultural, educativa y comunitaria. Y requiere el compromiso constante de toda la sociedad para ofrecer un futuro libre de manipulación, polarización y violencia simbólica.

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