Mujeres rurales y educación social: promoviendo arraigo y sostenibilidad
El proceso de
despoblación del medio rural constituye uno de los desafíos más complejos y
persistentes en la configuración territorial de la península ibérica. Su
impacto trasciende la mera reducción demográfica y afecta a la economía, la
estructura social, la cohesión comunitaria y la sostenibilidad de los
territorios. En este contexto, el papel de las mujeres adquiere una relevancia
central, no solo por su proporción en la población, sino por las implicaciones
estructurales que su permanencia o migración tienen sobre la vitalidad del
medio rural. Tradicionalmente, las políticas y programas de desarrollo rural
han etiquetado a las mujeres rurales como un colectivo vulnerable, poniendo el
acento en su supuesta desventaja en términos de empleo, acceso a servicios y
oportunidades de formación. Sin embargo, los datos más recientes muestran que
las mujeres rurales alcanzan niveles de cualificación académica y profesional
que, en muchos casos, superan a los de los hombres. Según la Encuesta a Mujeres
del Medio Rural (2022), el 74% de las encuestadas contaba con estudios
universitarios y un 16% con formación profesional, confirmando un alto grado de
cualificación que contrasta con las limitadas oportunidades laborales en los
territorios rurales. Esta situación configura una paradoja significativa: la
misma formación que podría constituir una ventaja se transforma en un factor
que dificulta su arraigo, al no existir suficientes oportunidades laborales que
correspondan a sus competencias dentro de los territorios rurales. Como señala
Ana Sabaté (1996), “la incorporación de
las mujeres al trabajo asalariado en las zonas rurales ha sido un proceso lento
y condicionado por múltiples factores, entre ellos la escasa oferta de empleo,
la falta de servicios y la persistencia de roles tradicionales de género”
(p. 433).
La
sobrecualificación femenina frente al mercado laboral genera un flujo
migratorio selectivo que contribuye a la masculinización de los pueblos y a la
pérdida de capital humano indispensable para la sostenibilidad de la comunidad.
Fátima Cruz (2002) advierte que “muchos
programas y estrategias de desarrollo rural están todavía anclados en el modelo
productivista… siendo utilizado como el principal indicador de eficacia en los
programas de desarrollo rural”, lo que evidencia una desconexión entre las
políticas implementadas y las necesidades reales de las mujeres rurales. En
este sentido, el 65,8% de las mujeres encuestadas en 2022 señaló la falta de
empleo y las malas condiciones laborales como la principal barrera para
permanecer en el medio rural, seguida de las dificultades de transporte y
conectividad digital (43,7%). Estos datos refuerzan que el problema del arraigo
femenino no puede considerarse únicamente un asunto individual, sino
estructural y territorial.
Frente a la
limitación de las oportunidades de empleo asalariado, muchas mujeres optan por
el emprendimiento y el autoempleo como estrategia de inserción laboral. En
numerosos casos, este emprendimiento no surge de la libre elección, sino de la
necesidad derivada de un mercado laboral restringido. Las emprendedoras rurales
deben enfrentarse a múltiples barreras: dificultades de acceso a financiación,
procesos administrativos largos y complejos, y la persistencia de la doble
jornada asociada a las responsabilidades de cuidados familiares. El diagnóstico
de la Estrategia de emprendimiento de la mujer rural de Castilla y León
(2021-2023) destacó que el 67% de las mujeres encuestadas consideraba atractiva
la idea de emprender en el medio rural y que el 74% tenía interés en seguir
formándose, lo que configura un contexto favorable si se acompaña de políticas
de apoyo reales. Además, señala que el estrato de edad más emprendedor se sitúa
entre los 18 y 40 años, coincidiendo con el grupo más formado. Sin embargo, la falta
de servicios de conciliación y de apoyo logístico limita la sostenibilidad de
sus proyectos. Milagros Alario (2009) subraya que es necesario apostar por “políticas de arraigo” y por “mantener un dinamismo económico que fije a
la población joven y altamente cualificada”, lo que implica un compromiso
real con el desarrollo integral de los territorios rurales. En este sentido, resulta fundamental
reconocer la labor de los Grupos de Acción Local (GAL), que desempeñan un papel
clave en el acompañamiento y apoyo al emprendimiento femenino en el medio rural,
desde principios de la década de los 90. A través de programas de
asesoramiento, formación, ayudas económicas y creación de redes de cooperación,
los GAL contribuyen de manera decisiva a fortalecer la autonomía de las mujeres
y a generar oportunidades sostenibles de empleo y autoempleo en sus
territorios. Su trabajo demuestra que el desarrollo rural con perspectiva de
género no solo es posible, sino imprescindible para revitalizar la economía y
la vida social de los pueblos.
La
permanencia de las mujeres en el medio rural también está influida por la
estructura social y cultural de las comunidades. La existencia de redes de
apoyo, la posibilidad de ocio y socialización, la movilidad y la accesibilidad
a servicios básicos configuran un entorno que puede incentivar o desincentivar
la decisión de quedarse. El Informe Mujeres Rurales (2022) reveló que el 58% de
las mujeres declaraba pertenecer a alguna entidad asociativa, pero un 35% reconoció
no conocer asociaciones en su territorio, lo que refleja tanto el potencial de
las redes como la necesidad de fortalecerlas y visibilizarlas. La satisfacción
vital es otro elemento determinante: la encuesta otorgaba una puntuación media
de 7,14 sobre 10 a la vida en el medio rural, mostrando un apego positivo
aunque condicionado por las limitaciones estructurales. La veterinaria de campo
y escritora, María Sánchez (2019) reflexiona sobre esta realidad al afirmar que
“hemos olvidado rápidamente que venimos
de los pueblos y del campo… los pueblos ‘equivalieran a los Santos Inocentes’…
poseen una gran diversidad y cultura”, destacando la riqueza y el valor del
entorno rural que no debe perderse.
En este
contexto, la educación social emerge como una herramienta clave para frenar la
despoblación rural. No se trata únicamente de ofrecer formación, sino de
intervenir de manera integral en la vida de las mujeres rurales y de la
comunidad. Las y los profesionales de la educación social trabajan en distintos
niveles:
- Acompañamiento individual y grupal: fortaleciendo la autoestima, la autonomía y la capacidad de tomar decisiones.
- Creación y fortalecimiento de redes comunitarias: promoviendo la cooperación entre mujeres, asociaciones locales y servicios públicos.
- Programas de intervención socioeducativa: orientados a la adquisición de habilidades y competencias técnicas, liderazgo, digitalización y emprendimiento.
- Visibilización y reconocimiento del trabajo femenino: generando referentes positivos que incentiven la permanencia y empoderen a las nuevas generaciones.
Estas
acciones se vinculan directamente con lo que recoge la Estrategia: un 50% de
las mujeres aún no son titulares de empresas/granjas agrarias, lo que obliga a
fomentar su incorporación como titulares para consolidar su arraigo y fijar
población en el medio rural. La educación social puede desempeñar aquí un papel
fundamental en la orientación, el acompañamiento y la capacitación de estas
mujeres, evitando que su alta formación se convierta en un factor de expulsión.
Como señala Luis Camarero (2009), “la
sostenibilidad social del medio rural depende del mantenimiento de la población
y de la capacidad de generar vínculos que fortalezcan la cohesión y la vida
comunitaria”. Y en la misma línea, Javier Paniagua (2013) defiende que la
educación social es un recurso estratégico para dinamizar el medio rural,
favorecer procesos de emprendimiento y contribuir al desarrollo local desde una
perspectiva participativa.
El desafío que plantea la relación entre mujeres rurales y despoblación no puede entenderse como un problema aislado o exclusivamente femenino, sino como un asunto colectivo que involucra a toda la sociedad. La paradoja entre la alta cualificación y la dificultad de arraigo evidencia fallos estructurales en el mercado laboral, en la distribución de los cuidados y en la concepción de las políticas territoriales. Superar estas limitaciones exige repensar las estrategias de desarrollo rural desde un enfoque holístico, intersectorial, supramunicipal y de largo plazo, que contemple tanto la dimensión económica como la social y cultural, y que reconozca el rol de las mujeres en la sostenibilidad y revitalización de los territorios. Solo mediante políticas integrales que combinen acompañamiento, visibilidad, educación y fortalecimiento de redes locales será posible garantizar que la permanencia en el medio rural deje de percibirse como una limitación y se convierta en una opción real y deseable, capaz de ofrecer una vida digna, autónoma y satisfactoria para todas las mujeres y la comunidad en su conjunto.
Referencias
- Alario Trigueros, M. (2009). Las mujeres en el desarrollo rural de Castilla y León. En J. A. Orejas Casas, O. Retortillo Atienza & A. J. Piñeyroa de la Fuente (Eds.), Mujer, empresa y medio rural: V Congreso Internacional Mercado de Trabajo y Relaciones Laborales (pp. 101-118). Universidad de Valladolid.
- Camarero Rioja, L. (2009). La población rural de España: de los desequilibrios a la sostenibilidad social. Fundación “La Caixa”.
- Cruz Souza, F. (2002). Género, psicología y desarrollo rural: La construcción de nuevas identidades para las mujeres en el medio rural. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
- Junta de Castilla y León. (2021). Estrategia de emprendimiento de la mujer rural en los ámbitos agrario y agroalimentario. Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural.
- Paniagua Gutiérrez, J. (2013). Educación social y desarrollo local en el medio rural: Proyecto de animación sociocultural y emprendimiento (Trabajo de fin de grado, Universidad de Valladolid). Universidad de Valladolid. https://uvadoc.uva.es/handle/10324/11997
- Red Rural Nacional. (2022). Resultados de la encuesta realizadas a las mujeres del medio rural. Abril – Mayo 2022. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
- Sabaté Martínez, A. (1996). La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado en las zonas rurales: la industria rural. En D. Ramos Palomo & M. T. Vera Balanza (Eds.), El trabajo de las mujeres, pasado y presente: Actas del Congreso Internacional del Seminario de Estudios Interdisciplinarios de la Mujer (Vol. 2, pp. 433-440). Universidad de La Rioja.
- Sánchez Rodríguez, M. (2019). Tierra de mujeres: Una mirada íntima y familiar al mundo rural. Taurus.
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