La deriva que no queremos
A veces pienso que la Comisión Europea debería leer La balsa de piedra no como una genialidad literaria, sino como un espejo incómodo. Porque el día que anunció su intención de no garantizar una financiación mínima para los grupos de acción local (GAL) y el programa LEADER a partir de 2028 , sentí algo similar a lo que debió de sentir la península ibérica en la novela de Saramago cuando comenzó a separarse del continente: un crujido profundo, casi simbólico, que anunciaba que algo esencial estaba dejando de encajar. Yo estaba en la sede del grupo de acción local, rodeado de carpetas marcadas con nombres de proyectos, con cafés que se enfrían mientras discutimos cómo mantener vivo lo que otros dan por perdido. Aquella mañana revisábamos algunos expedientes: una pequeña cooperativa láctea que quiere modernizarse, un plan para atraer jóvenes al sector agroalimentario, la recuperación de un antiguo camino para uso turístico… el tipo de proyectos que no salen en titulares, pero que...