El regreso que nunca imaginaron
Uno crece creyendo que avanza, que construye algo nuevo, pero sin darse cuenta va dibujando un círculo invisible que lo devuelve al punto de partida. Mis abuelos, los paternos desde un pueblo de Extremadura y los maternos desde un rincón de Tierra de Campos, emprendieron en los años sesenta el viaje que marcó el destino de nuestra familia. Dejaron atrás la tierra que los había visto nacer y caminaron hacia la ciudad, convencidos —o quizás resignados— de que allí estaría el porvenir. Conocí a mis abuelos. Los recuerdo bien. Aún puedo ver las manos de Donato, mi abuelo materno: fuertes, endurecidas, como si conservaran la textura de la tierra incluso muchos años después de haberla dejado. Y a mi abuela Carlota, matriarca y mujer rural empoderada, con aquella mezcla de melancolía, genio y orgullo que la acompañaba las pocas veces que la escuché hablar de su pueblo. Mis abuelos paternos eran distintos. Manuel hablaba poco, con la mirada a veces perdida en un horizonte que ya no e...