miércoles, 4 de marzo de 2015

Con la esperanza muerta


Hace diez años un pequeño grupo de educadoras y educadores sociales andábamos ansiosos por vivir un momento histórico. Llevamos cinco largos años esperando la ocasión de ver publicado en el Boletín Oficial de la Comunidad Autónoma, la Ley de Creación del Colegio Profesional de Educadoras y Educadores Sociales de Castilla y León. Nunca veíamos el momento. El expediente estaba parado continuamente. El proceso no avanzaba. Las fuerzas y las ilusiones desplegadas en todo ese tiempo se iban agotando y desvaneciendo.

Pero por fin llegó el día. Un treinta y uno de marzo de dos mil cinco se publicaba la ‘noticia’ en papel oficial. El desarrollo de una normativa que nos esperanzaba. Podría contribuir a sacar a la profesión de la invisibilidad, de la oscuridad,... Aquellos días de vino y rosas nos ayudaron a recuperar la ilusión y el compromiso que estábamos dedicando a esta historia.

Aquella mesa estaba llena de gominolas, de objetivos, de acciones, de utopías, de sueños,… Delante de ella mujeres y hombres con muchas ganas de trabajar. Con ganas de batirse el cobre para situar la profesión en el lugar que se merecía.

Los comienzos no fueron agradables. Una de las primeras decisiones que tuvimos que tomar como Junta de Gobierno fue la presentación de un contencioso a la Junta de Castilla y León, por la posible desaparición de los/as animadores/as comunitarios en los Centros de Acción Social (CEAS). Un recurso que evaporaba parte de los ahorrillos que teníamos cuando éramos ‘cuatro gatos’ en la Asociación Profesional de Educadores/as Sociales de Castilla y León (APESCYL).

Fuimos caminando y tropezando. Y volvimos a tropezar y volvimos a levantarnos. Nos hemos levantando en muchas ocasiones, esto nos ha ayudado a conocer la existencia de los enormes techos de cristal instalados desde hace décadas en las diferentes administraciones públicas de nuestra Comunidad.

Han pasado diez años y parece que fue ayer, cuando nos reuníamos en un pequeño piso del centro de Valladolid para dibujar la hoja de ruta a seguir. Teníamos claro que el poder de una corporación de derecho público, como un colegio profesional, está en las personas que lo forman. En aquel momento, esto era muy ilusionante porque nuestro vasto territorio cuenta con multitud de profesionales que trabajan como educadores/as sociales antes de que se implantase la diplomatura. Por otra parte, en las provincias de Burgos, Salamanca, Valladolid y Palencia se impartía la diplomatura.

El Colegio en Castilla y León nunca ha pasado de las setecientas personas colegiadas, a pesar de que anualmente se diploman (ahora gradúan) posiblemente más de doscientos/as educadores/as sociales en las seis facultades, más la UNED.

A pesar de todo, el Colegio sigue siendo la herramienta perfecta para dignificar la profesión. Para visibilizar el trabajo de los/as profesionales. Para reivindicar su presencia en la sociedad. Para luchar por los intereses del colectivo profesional. Para exigir a la Administración Pública. Para luchar contra el intrusismo y denunciarlo. Y para poner todo esto en marcha hacen falta personas. Hace falta compromiso. ¡Qué caro es el compromiso, verdad!

Los colegios profesionales de educadores/as sociales no pasan actualmente por sus mejores momentos. La sangría permanente de personas colegiadas están mermando sus recursos, reduciendo su capacidad para influir, para cambiar, para transformar,.. Desde que empezó la estafa de la crisis se dibuja un panorama desolador. Y si a esto sumamos la aprobación de la futura Ley de Colegios y Servicios Profesionales, el escenario se nos complica un poco más. Miramos de reojo las posibles consecuencias negativas que pueden provocar la implantación del 3+2 y los dobles grados.

Después de diez años y con la esperanza muerta intentaremos seguir rompiendo esos techos de cristal instalados en las administraciones públicas, en las universidades, en los sindicatos, en los partidos políticos,… que nos impiden hacernos visibles. Hoy, seguimos renovando nuestras energías y ganas para ir levantando, poco a poco, esa silicona incrustada, amarillenta y podrida (...en algunos casos nos tocará arrancarla de raíz, no nos queda otra...).

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