No podemos callar ante el genocidio del pueblo palestino

 


“Para escribir una poesía que no sea política,

Debo escuchar a los pájaros,

Pero para escuchar a los pájaros,

Los bombardeos deben cesar”.

Marwan Makhoul


Escribo con la garganta rota de tanto gritar contra el silencio. Escribo con la rabia acumulada de ver cómo un pueblo entero es masacrado ante los ojos del mundo, sin que nada ni nadie logre detener la barbarie. Lo que sucede en Gaza no es una guerra: es un exterminio planificado, un genocidio ejecutado con misiles, hambre y silencio cómplice. Día tras día vemos a niñas y niños enterrados bajo los escombros, a familias enteras borradas del mapa, hospitales bombardeados y escuelas convertidas en cementerios. Y mientras tanto, los gobiernos occidentales se limitan a pronunciar palabras huecas de “preocupación” mientras siguen sosteniendo al asesino con armas, dinero y diplomacia. No es un conflicto: es una vergüenza histórica que nos hunde como humanidad.

Las cifras son insoportables. El genocidio en Palestina ha dejado un saldo devastador. Amnistía Internacional registró hasta octubre de 2024 más de 42.000 palestinos muertos, entre ellos al menos 13.300 niños, y más de 97.000 heridos. Datos posteriores del Ministerio de Salud de Gaza y de la ONU elevan la cifra de fallecidos a más de 64.000 personas para septiembre de 2025, con al menos 21.000 niños discapacitados. Otras estimaciones sitúan el balance en torno a 70.000 víctimas mortales, reflejando la magnitud de la tragedia humanitaria.

Gaza es hoy un territorio devastado. El 70 % de los hospitales están fuera de servicio. Médicos que operan sin anestesia. Escuelas convertidas en tumbas colectivas. Campos de personas refugiadas bombardeados una y otra vez. Agua y electricidad casi inexistentes. Una población entera condenada a la precariedad más brutal, mientras la ayuda humanitaria se bloquea intencionadamente.

Y el mundo, ¿qué hace? Palabras huecas. Discursos diplomáticos sobre “preocupación” y “moderación”. Resoluciones no vinculantes que Netanyahu ignora. Estados que se dicen defensores de los derechos humanos pero que siguen enviando armas y dinero a Israel. La inacción no es neutralidad: es complicidad. El silencio internacional se ha convertido en la gasolina que alimenta la maquinaria de la muerte.

Por eso levanto mi voz. No lo hago solo desde la indignación, sino con propuestas claras y urgentes que pueden aplicarse hoy mismo si hubiera voluntad política. Exijo sanciones económicas y diplomáticas inmediatas contra el Gobierno de Netanyahu y que él y sus cómplices se sienten en el banquillo de un tribunal internacional, donde sean condenados por crímenes contra humanidad. Exijo corredores humanitarios protegidos de verdad, no meras declaraciones vacías que se pierden entre comunicados. En España, estas medidas deben empezar con gestos firmes: la retirada inmediata de la embajadora en Tel Aviv, la adhesión sin titubeos a la Declaración del Grupo de La Haya en la Asamblea General de la ONU, y la aprobación urgente de la Ley de embargo de armas a Israel, ya pactada pero bloqueada de forma incomprensible. Es necesario además prohibir el tránsito de armas en nuestros puertos y aeropuertos con destino u origen en Israel y excluir de manera definitiva a todas las empresas vinculadas, directa o indirectamente, con la industria militar israelí de cualquier contrato público en nuestro país. Estas no son utopías ni consignas retóricas: son medidas concretas, posibles y necesarias. Y si no se llevan a cabo, la complicidad será evidente. Al mismo tiempo, la ciudadanía global debemos despertar y asumir nuestra parte: movilizaciones en las calles, boicot, desinversión y resistencia civil. Porque la dignidad no se negocia y la justicia no puede esperar.

El pueblo palestino no necesita compasión, necesita justicia. Y necesita acción. No podemos seguir tolerando que la burocracia, el cinismo y los intereses económicos paralicen la conciencia. Quien calla o se limita a lamentarse comparte la culpa histórica.

Y aquí me interpelo: ¿basta con escribir, con indignarme a través de las palabras? ¿Estoy realmente dispuesto a transformar este grito en acción? Cada minuto de inacción por mi parte fortalece la impunidad que sostiene esta masacre. La pregunta me incomoda, pero no puedo esquivarla: ¿qué más debo hacer para que este genocidio no siga avanzando en silencio?

No se trata solo de Palestina. Se trata de lo que nos queda de humanidad. Si permitimos que este genocidio se consolide en pleno siglo XXI, las palabras “derechos humanos” y “justicia internacional” quedarán vacías para siempre. Ha llegado la hora de un levantamiento moral, de una conspiración de dignidad. Estudiantes, trabajadoras y trabajadores, artistas, sindicatos, movimientos sociales, colectivos y asociaciones, intelectuales,…: todas debemos alzar la voz. Cada protesta, cada boicot, cada denuncia suma. Porque cada día de silencio es complicidad.

¡Basta ya! Palestina no puede esperar. Y la humanidad no puede seguir callando.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El eco que nadie quiere oír: cuando la despoblación se convierte en negocio

Ir a trabajar sin (con) miedo

Ruralidad o barbarie: rehacer el mundo desde los márgenes